Naturalmente

El légamo pareciera querer salirse de la charca, se agita perceptiblemente y crea ondas que reflejan la claridad espesa del cielo. Nada más se mueve. Bueno, yo me muevo.
Me acerco con la intención de no hacer ningún ruido, de no quebrar ninguna ramita ni mover piedra alguna que me delate en esta mañana sin sombra. Llevo en la mano una vara para mantener el equilibrio. No preciso recargarme en ella, simplemente voy tanteando el suelo, como lo haría una persona ciega, y así puedo calcular aproximadamente adónde debo poner mi pie descalzo. La humedad del pasto es más tibia que el aire. Ha dejado de llover no hace mucho, y el último calor del verano parece elevarse de la tierra, pero a la altura de mi espalda ya no llega más que un vaho y siento frío.
A unos pocos pasos de la orilla me detengo, oigo leves sonidos de salpicaduras o acaso burbujas que ascienden desde el fondo y estallan en la superficie. Le dije que no fuera a asomarse.
Se lo dije hoy temprano, cuando salió con la rama que usa de caña y el hilo con ganchito al final, acompañado nada más que por la sombra mañanera tras de sí, pretendiendo pescar algo. No te asomes, nada vive allí, y eso que llevas no sirve más que para jugar en la playa. Debí seguirlo, buscar otro entretenimiento para él, pero soy una persona ocupada.
A media mañana estalló la tormenta y la luz se espesó alrededor de la charca bajo el cielo gris. Llovió como si nunca más, pero un rato apenas. Lo suficiente como para salir a buscarlo, qué estará haciendo afuera con esa lluvia, pensé.
Cuando abrí la puerta para llamarlo y vi que no caía ya más que una u otra gota descolgándose desde el borde de la quincha, sentí que algo no andaba bien. No sé otra manera de decirlo. Era eso nada más, una sensación de error. Algo estaba equivocado en el lugar.
Así que me descalcé y tomé la vara que uso siempre que voy hasta la charca para ir tanteando el suelo y no equivocarme cuando piso, entonces llegué hasta aquí y aquí me detuve. Hace ya un rato que estoy, imaginando como las burbujas que ascienden desde lo profundo del légamo estallan con ese plop fétido, apenas audible, sin animarme a desoír mi propio consejo, y asomarme a la charca.
Me decido, no puedo dejar que caiga del todo la noche sobre la casa y el jardín de la casa y el fondo de la casa y sobre la maldita charca sin alambrar, mientras no hago más que estar inmóvil, lejos pero al alcance del espejo de agua.

2 comentarios:

ADA VEGA dijo...

Narración poética, relato sobrecogedor. Muy bueno. Ada

S. C. P. dijo...

Gracias por andar por aquí.
besos!

 
Plantilla modificada por basada en la minima de blogger. La foto del header también es mía.