Estaba sola en la casa. La última vez que había mirado el reloj eran las 2 de la mañana. El frío le incomodaba a esas horas, así que se preparó un café.
Se sentó en la cocina, con el sonido de la radio apenas audible, sólo para apagar el silencio. El gato saltó a sus piernas, aprovechándose.
....... La taza le entibia las manos mientras sus pensamientos van y vienen de lo cotidiano a los sueños. El plazo para el pago de la luz vence mañana, tengo que plantar los almácigos si quiero ver las flores este año; la primavera se está haciendo desear.
....... La soledad era una vieja compañera que no la incomodaba. Se hallaba a sus anchas con ella. Tantos años obligada a compartir con otras mujeres un breve espacio donde se amontonaban penas, culpas, fortalezas y esperanzas le habían enseñado a disfrutar del silencio y de la propia compañía. No podía decirse, sin embargo, que rechazara todo vínculo con los que la rodeaban. Simplemente su relación con el mundo había adquirido un valor distinto y no se sentía cómoda con la imposición del bullicio ajeno.
....... En diez años la vida había seguido su curso. Cuando fue devuelta a la vorágine cotidiana prefirió tomárselo con calma, empezar por reconstruirse y luego, si hubiera tiempo, buscar reencontrarse con los otros.
....... Había dado, hacía tiempo, un primer paso. El desgaste del cuerpo no había oscurecido su pensamiento. Su visión del mundo permanecía intacta, y tan pronto como se sintió con ánimos para aceptar que el país era otro distinto al que la había visto caer, se armó, esta vez de paciencia, para contribuir a conquistar aquella esperanza compartida.
Sin embargo, no había sido suficiente recuperar esa parte de su vida para brindarle paz, o por lo menos, la sensación de continuidad entre la que había sido y la que era hoy.
....... Aquella madrugada pensaba en eso, precisamente. Necesitaba saldar aquella cuenta consigo misma. El tajo de esos diez años en su vida precisaba un remiendo.
....... Nunca había sido una mujer propensa a engañarse, así que sus pensamientos la colocaron otra vez en aquella tarde en que la historia la empujó a un lado.
....... Apareció sin esfuerzo el rostro amado, en medio del caos en que se había convertido la casa que servía de refugio. La boca gesticulando un adiós que la memoria no le dejaba escuchar, mientras la jauría irrumpía desbaratándolo todo. Casi podía oler la prepotencia y el miedo en la cocina, igual que aquella tarde.
....... Eduardo ya era su hombre cuando resolvieron lanzarse sin reparos a perseguir el sueño que parecía estar tan cerca en aquella época. Ninguno de los dos supuso que algún día habría que elegir cuál sobreviviría.
....... Y ella fue más rápida. Eligió morir para que él y los otros vivieran.
....... A la luz de lo sucedido podría decirse que la elección había sido entre la libertad y la cárcel. Pero en el instante en que decidió, la certeza era la de la muerte.
....... Para ella había sido fácil, casi obvio. Era él quien tenía los documentos. Era ella la que estaba cuidando de la casa. Era él quién tenía más posibilidades de salvar los obstáculos en aquella carrera contra el tiempo. Ella era, sobre todo, la que ignoraba nombres, lugares, fechas y horarios.
En su cálculo no contaron otras cosas.
....... Por el camino habían quedado el amor y los hijos que no llegó a concebir. Su madre, única familia, había muerto hacía un año en sus brazos, después de recorrer juntas todas las oportunidades de reconciliación con la vida que cada una eligiera para sí, ambas en paz.
....... Con el tiempo supo que Eduardo había podido irse. De alguna manera, ese conocimiento, aunque tardío, le permitió sobrellevar momentos oscuros en los que las pérdidas personales ponían en duda todas sus decisiones.
....... Recién ahora después de tantos años, se le hacía imperiosa la necesidad de mirarlo otra vez a los ojos. No sabía bien qué esperaba ver en ellos. La duda podía quitarle el sueño. No en vano estaba sentada allí, acunada por el ronroneo del gato al ritmo de su mano distraída.
....... El ómnibus que lo trajo desde el aeropuerto lo había dejado en la Terminal hacía ya una hora. En quince años había soñado tantas veces con volver que casi no había emoción alguna en el hecho de encontrarse, al fin, frente a la segunda grapa con limón en un bolichito de barrio todavía abierto.
....... Decidió volver ahora, cuando parecía que las cosas en el país tenían posibilidades reales de cambiar.
....... O en realidad, cuando empezó a hacerse insoportable la ausencia.
....... Hizo las valijas obviando todo lo acumulado en esos años de exilio. Cargó apenas un par de libros, viejas cartas de compañeros, alguna ropa y poco más. Un recorte de diario con las fotos: ella y él jóvenes, con los ojos llenos de futuro, la certeza de la victoria iluminando sus caras pese al lúgubre encabezado requiriéndolos. Y la última dirección de la madre de Carmen –por las dudas, pensó–.
....... Y ahora, sentado a la mesa del bar esas mismas dudas le mordían el espíritu. Nunca había preguntado por ella temiendo la noticia de su muerte. Muchos años después, se enteró de que estaba viva, pero no intentó comunicarse.
....... Se acostó y despertó cada uno de los días que había pasado en el exilio pensando en ella y en el destino desigual que les había tocado. A veces, se reprochaba no haber asumido la responsabilidad de quedarse. Otras, los resultados del sacrificio de Carmen lo inclinaban a pensar que había sido lo mejor.
....... Quién sabe qué pensará cuando me recuerda, se había dicho en aquel momento, y todavía se lo preguntaba, allí sentado, a pocos metros de la última dirección conocida de la mamá de Carmen.
....... Cuando las luces del día empezaron a iluminar la cocina se levantó para iniciar la rutina diaria y con paso lento se dirigió a su cuarto. El espejo la reflejaba de cuerpo entero.
....... Se acercó a mirar, sabiendo de antemano que la cara que vería tendría el cansancio de otra noche en vela. Al verse los ojos reconoció lo que andaba buscando. Lo que quería ver en los ojos de Eduardo.
....... Necesitaba ver, devolviéndole su pasado, esa mirada inocente, propia de los que se han olvidado de sí mismos para hacer lo debido.
....... La última imagen que tenía de ella se había ido haciendo más nítida con el tiempo. Su memoria había reconstruido minuciosamente cada movimiento de Carmen. Primero el terror, luego aquel reflejo sereno en sus ojos. Su cuerpo encogido detrás de la mesa volcada, la cara vuelta hacia él, el grito:”Andate, que yo aguanto”.
....... La decisión de Carmen había hecho posible que muchos compañeros sobrevivieran.
....... Pero él ¿se había salvado? Era ella quien tenía la respuesta que le hacía falta. Sólo Carmen en este mundo tenía el poder de contestar.
....... Y aquí estaba para hacerse cargo.
Se sentó en la cocina, con el sonido de la radio apenas audible, sólo para apagar el silencio. El gato saltó a sus piernas, aprovechándose.
....... La taza le entibia las manos mientras sus pensamientos van y vienen de lo cotidiano a los sueños. El plazo para el pago de la luz vence mañana, tengo que plantar los almácigos si quiero ver las flores este año; la primavera se está haciendo desear.
....... La soledad era una vieja compañera que no la incomodaba. Se hallaba a sus anchas con ella. Tantos años obligada a compartir con otras mujeres un breve espacio donde se amontonaban penas, culpas, fortalezas y esperanzas le habían enseñado a disfrutar del silencio y de la propia compañía. No podía decirse, sin embargo, que rechazara todo vínculo con los que la rodeaban. Simplemente su relación con el mundo había adquirido un valor distinto y no se sentía cómoda con la imposición del bullicio ajeno.
....... En diez años la vida había seguido su curso. Cuando fue devuelta a la vorágine cotidiana prefirió tomárselo con calma, empezar por reconstruirse y luego, si hubiera tiempo, buscar reencontrarse con los otros.
....... Había dado, hacía tiempo, un primer paso. El desgaste del cuerpo no había oscurecido su pensamiento. Su visión del mundo permanecía intacta, y tan pronto como se sintió con ánimos para aceptar que el país era otro distinto al que la había visto caer, se armó, esta vez de paciencia, para contribuir a conquistar aquella esperanza compartida.
Sin embargo, no había sido suficiente recuperar esa parte de su vida para brindarle paz, o por lo menos, la sensación de continuidad entre la que había sido y la que era hoy.
....... Aquella madrugada pensaba en eso, precisamente. Necesitaba saldar aquella cuenta consigo misma. El tajo de esos diez años en su vida precisaba un remiendo.
....... Nunca había sido una mujer propensa a engañarse, así que sus pensamientos la colocaron otra vez en aquella tarde en que la historia la empujó a un lado.
....... Apareció sin esfuerzo el rostro amado, en medio del caos en que se había convertido la casa que servía de refugio. La boca gesticulando un adiós que la memoria no le dejaba escuchar, mientras la jauría irrumpía desbaratándolo todo. Casi podía oler la prepotencia y el miedo en la cocina, igual que aquella tarde.
....... Eduardo ya era su hombre cuando resolvieron lanzarse sin reparos a perseguir el sueño que parecía estar tan cerca en aquella época. Ninguno de los dos supuso que algún día habría que elegir cuál sobreviviría.
....... Y ella fue más rápida. Eligió morir para que él y los otros vivieran.
....... A la luz de lo sucedido podría decirse que la elección había sido entre la libertad y la cárcel. Pero en el instante en que decidió, la certeza era la de la muerte.
....... Para ella había sido fácil, casi obvio. Era él quien tenía los documentos. Era ella la que estaba cuidando de la casa. Era él quién tenía más posibilidades de salvar los obstáculos en aquella carrera contra el tiempo. Ella era, sobre todo, la que ignoraba nombres, lugares, fechas y horarios.
En su cálculo no contaron otras cosas.
....... Por el camino habían quedado el amor y los hijos que no llegó a concebir. Su madre, única familia, había muerto hacía un año en sus brazos, después de recorrer juntas todas las oportunidades de reconciliación con la vida que cada una eligiera para sí, ambas en paz.
....... Con el tiempo supo que Eduardo había podido irse. De alguna manera, ese conocimiento, aunque tardío, le permitió sobrellevar momentos oscuros en los que las pérdidas personales ponían en duda todas sus decisiones.
....... Recién ahora después de tantos años, se le hacía imperiosa la necesidad de mirarlo otra vez a los ojos. No sabía bien qué esperaba ver en ellos. La duda podía quitarle el sueño. No en vano estaba sentada allí, acunada por el ronroneo del gato al ritmo de su mano distraída.
....... El ómnibus que lo trajo desde el aeropuerto lo había dejado en la Terminal hacía ya una hora. En quince años había soñado tantas veces con volver que casi no había emoción alguna en el hecho de encontrarse, al fin, frente a la segunda grapa con limón en un bolichito de barrio todavía abierto.
....... Decidió volver ahora, cuando parecía que las cosas en el país tenían posibilidades reales de cambiar.
....... O en realidad, cuando empezó a hacerse insoportable la ausencia.
....... Hizo las valijas obviando todo lo acumulado en esos años de exilio. Cargó apenas un par de libros, viejas cartas de compañeros, alguna ropa y poco más. Un recorte de diario con las fotos: ella y él jóvenes, con los ojos llenos de futuro, la certeza de la victoria iluminando sus caras pese al lúgubre encabezado requiriéndolos. Y la última dirección de la madre de Carmen –por las dudas, pensó–.
....... Y ahora, sentado a la mesa del bar esas mismas dudas le mordían el espíritu. Nunca había preguntado por ella temiendo la noticia de su muerte. Muchos años después, se enteró de que estaba viva, pero no intentó comunicarse.
....... Se acostó y despertó cada uno de los días que había pasado en el exilio pensando en ella y en el destino desigual que les había tocado. A veces, se reprochaba no haber asumido la responsabilidad de quedarse. Otras, los resultados del sacrificio de Carmen lo inclinaban a pensar que había sido lo mejor.
....... Quién sabe qué pensará cuando me recuerda, se había dicho en aquel momento, y todavía se lo preguntaba, allí sentado, a pocos metros de la última dirección conocida de la mamá de Carmen.
....... Cuando las luces del día empezaron a iluminar la cocina se levantó para iniciar la rutina diaria y con paso lento se dirigió a su cuarto. El espejo la reflejaba de cuerpo entero.
....... Se acercó a mirar, sabiendo de antemano que la cara que vería tendría el cansancio de otra noche en vela. Al verse los ojos reconoció lo que andaba buscando. Lo que quería ver en los ojos de Eduardo.
....... Necesitaba ver, devolviéndole su pasado, esa mirada inocente, propia de los que se han olvidado de sí mismos para hacer lo debido.
....... La última imagen que tenía de ella se había ido haciendo más nítida con el tiempo. Su memoria había reconstruido minuciosamente cada movimiento de Carmen. Primero el terror, luego aquel reflejo sereno en sus ojos. Su cuerpo encogido detrás de la mesa volcada, la cara vuelta hacia él, el grito:”Andate, que yo aguanto”.
....... La decisión de Carmen había hecho posible que muchos compañeros sobrevivieran.
....... Pero él ¿se había salvado? Era ella quien tenía la respuesta que le hacía falta. Sólo Carmen en este mundo tenía el poder de contestar.
....... Y aquí estaba para hacerse cargo.
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