Escaleno III (o Sujeto Omitido II)

Texto referido a Canarios de Yasunari Kawabata

La voz en el teléfono sonaba desesperada, más bien una mezcla entre desesperación y resignación. Ahora que lo pienso creo que a veces es lo mismo. El hecho es que no me dio tiempo a nada y cometí el error de decirle que viniera, que estaría esperándola.
Cuántas veces habíamos hablado de esta posibilidad, y sin embargo, pese a ello, cuando se concretó no me halló preparada. Seguramente porque parecía imposible la historia que se empeñó en repetir todo este tiempo para prevenirme. Hay personalidades que sólo existen en las historias falsas de teleteatro.
Cuando abrí la puerta eso fue lo que vi. Una mujer disfrazada de otra. Una mala actriz de teleteatro malo. Casi a punto de no dejarla entrar estaba cuando ella me apartó del umbral y avanzó decidida hasta el centro de la sala. Buscó un lugar adonde dejarse caer descuidadamente, como quien trae una carga invisible y me lo soltó sin aviso. El cuento de la niñita inválida. Yo la miraba con ojos de horror. No por el cuento que yo sabía ya que eso era, sino por la situación concreta. Estaba ante una mujer que me había golpeado la puerta para contarme una historia posible pero inexistente, porque creía que así recuperaría a su marido. No. Tampoco era eso.
Esa mujer vino sabiendo de antemano que ya no tenía marido, porque no era la primera vez que ponía en práctica esta rutina, él ya me lo había contado. En realidad, lo que me espantaba de esa mujer era su sangre fría, su actuación con el único objeto de lastimar a su marido un poco más.
La dejé decir su parte mientras la observaba, y viéndola frente a mí tuve una imagen de él que nunca antes se me había presentado.
Yo sabía que hacía años él era infeliz a su lado y que por esa razón más de una vez se había visto inclinado a buscar afecto en otra mujer. Él mismo me lo había contado mientras describía –ahora pienso que de alguna forma regodeándose– los incontables desprecios y pequeñas maldades que durante todos esos años ella le había inflingido. Por tanto eso no era nuevo.
Lo nuevo fue darme cuenta que hasta ese momento yo había dado por sentado de forma inconciente quizás, que no podía ser tan así. Que, en realidad, era una excusa que él buscaba para evadirse de una relación que no le satisfacía ya, pero que aún le resultaba cómoda. Descubrir que era cierto que vivía con alguien que podía llegar al extremo de hacer lo que esa mujer hacía en mi casa en ese momento significó para mí un corte tajante entre lo que había sido mi interés por él y lo que era ahora simplemente asco. Y miedo, claro. Miedo de que esa mujer enferma pudiera dar un paso más hacia el absurdo y tomara alguna actitud más drástica que golpear mi puerta.
Así que, cuando me descerrajó la parte de los canarios decidí que se los haría llegar como forma de saldar para siempre esa situación, para que se olvidara de mí. Le mandaría los canarios, y junto con ellos a su marido al que no pienso volver a ver jamás, pues ha de estar muy enfermo, tanto como ella para aceptar pasivamente la vida a su lado.

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