Carta sin fecha

Yo sé que se escriben muchos cuentos con historias de personas que en un momento de sus vidas se dan de frente contra la máquina que en vez de remolcarlos a su destino, sin saber cómo se les cruzó por delante y nunca más consiguen ser los mismos. Lo sé sin duda alguna, porque al final no son otra cosa que historias para contar algún día esto que nos pasa para siempre.
seguir leyendo


    Les digo que yo hace mucho tiempo que sé eso. Lo que no imaginé fue que debía contar mi propia historia, escribirla, para que allá, a años de distancia, muros de mar de por medio, hubiera alguien —ustedes, mi gente— que pudiera recordarme, legitimar mi existencia adonde de veras cuenta, donde nací y adonde me gustaría regresar, aunque fuera para morir. Sé eso tan bien como que nunca podré volver.
    Cuando llegué a este lugar no dudé de que hubiera conquistado el sitio en que podría torcer la ruta asignada a alguien como yo; creí que había hallado un mundo alternativo a la monótona extensión de campo marino y tierra salada en que me crié. Salir de mi pueblo, ese vigía de la costa.
    Pero nadie puede escapar de sí. Esto es lo que aprendí no hace mucho, cuando él y yo, sentados en un boliche penumbroso y con mesas pegajosas, presos del aire conservado a fuerza de no ventilar demasiado, tuvimos esa conversación; cuando me lo dijo.
    Quería darte una sorpresa dijo. Creí que podría hacerte ese regalo y seguir viviendo como hasta ahora, pero habiendo pagado mi deuda contigo, dijo.
    Se molesta cuando lo miro sin hablar, sin preguntar. Querría que yo gritara, que armase un escándalo como las otras cuando se enojan con sus maridos, que desalojara esta mala sombra y de esa manera poder reconciliarnos luego, como otras parejas en la pensión, que se perdonan ruidosamente a la hora de la siesta. Pero no sé hacerlo. Él piensa —y puede que con razón—, que estas cosas se van amontonando en mí, y terminan por sofocar lo que pude haber sentido hace tanto ya, que no recuerdo ni qué nombre tuvo.
    Quiso saldar la deuda que tiene conmigo y no consiguió más que profundizarla. Me pregunto si ese hombre para quien trabaja se habrá reído cuando se lo contó. Si le habrá mostrado los dientes de tiburón agrio cuando le confesó que por mí le había robado. Es difícil no pensar en la cara de predador del hombre, o más bien en su mirada; eso no se olvida toda vez que la usó para seguir con ella el paso de alguien. Mi paso, por ejemplo. Ahora lo tiene de esclavo y deberá trabajar sin cobrar para pagar el robo, quién sabe cuánto tiempo. Por esa razón salgo todos los días a buscar con qué sostenernos los dos. Así que, por extensión me tiene a mí también encadenada, y esa entrega es lo que no puedo perdonarle, aún si mañana mismo consiguiera un pasaje que me devuelva a donde pertenezco.
    Esta sabiduría que me golpea tan duro porque tan duro costó adquirirla me dice que ustedes quizás prefieran no enterarse de estas cosas, pero yo preciso contárselas ya que no podré volver a abrazarlos ni a registrar en la memoria de ustedes un recuerdo distinto, amable. Si les cuento la historia de otra mujer, de una mujer feliz con su compañero y de esa manera los dejo contentos, no será a mí que recordarán sino a otra. Sería otra manera de desaparecer.
    Pero yo soy ésta que no encontró el sueño que vino a buscar sino otra melancolía ajena que se impuso a la propia, la legítima, la de mi pueblo reclinado y paralelo a la costa. Soy ésta que les escribe con miedo de olvidar los colores originales, los olores primeros con que creció, suplantados por los de esta ciudad y los de este río, ciudad puerto, pero vestida de viuda, no como mi pueblo enamorando al mar, no como Esbjerg sobre la costa. Yo soy ésta, que no podrá volver y que teme desaparecer de todas las memorias que le importan y sobrevivir nada más que en la de estos dos hombres que de una manera u otra han decidido los límites de mi prisión.
    Me despido ahora, porque no hay mucho más que decir, pero sepan que cada día me voy hasta donde puedo ver salir barcos para imaginarme en ellos, y lleno mi mente de las imágenes de mi pueblo vigilando la costa como esperando por mí, mientras lucho tercamente contra la sospecha de que esas imágenes no son más que un recuerdo adulterado —ellas también—, por la lejanía.

1 comentarios:

ADA VEGA dijo...

"yo soy ésta que no encontró el sueño que vino a buscar". Todos perseguimos un sueño, pero ¿alguien lo alcanza realmente? y después qué, cómo, para qué seguir. Me encantan tus historias y cómo las contás.Beso. Ada

 
Plantilla modificada por basada en la minima de blogger. La foto del header también es mía.