Crónica de dos fotos

Había pasado toda la tarde caminando y de pronto me encontré en un amplio espacio a cielo abierto, entre plaza y mercado, lleno de gente apurada sin prestar atención a nada ni a nadie. Pensé en buscar un lugar para hacer un alto mientras reflexionaba sobre aquella sensación de levedad que tenía esa tarde, tan distinta de los últimos días en los que me sentía pesada, sin ganas de levantarme cada mañana. Tanto pesan algunos sentimientos que parecen piedras de molino. La decisión de viajar a Buenos Aires, que me había llevado hasta allí esa tarde, había sido un acierto.
La ropa se adhería a mi espalda húmeda. Sentada en el verde terraplén alcé la cabeza. Miraba para ver, quería llenarme de belleza. Vi el jacarandá, que sembraba de azul subido el pedregullo de la plaza, volviendo mágico ese rincón donde unos contenedores amarillos le prestaban al árbol un fondo sobre el que destacar. Busqué la cámara en la bolsa que llevaba sujeta a la cintura –ojo, me habían dicho, no lleves nada que puedan arrebatarte– y traté de hallar un buen ángulo para la fiesta de colores.
La vi justo cuando iba a tomar la foto, detrás del árbol azul y de los contenedores de mantenimiento. Una mole anciana y digna, esperándome. Una sobreviviente. La Estación se alzaba dominando el espacio.
En ese momento recordé que tenía casi agotada la capacidad de la cámara digital, pero no podía elegir entre los árboles o la Estación. Verifiqué en pantalla qué quedaba de memoria para seguir fotografiando; ojalá que hubiera lugar para dos disparos más. A veces los deseos no son otra cosa que aire en el aire. Para darles carne siempre hay que perder algo así que miré rápidamente las fotos que tenía y decidí borrar dos o tres del viaje por el río. Demasiada agua.
Alcé otra vez la cámara y enfoqué los tres árboles, el jacarandá en el medio y detrás los contenedores amarillos. Caminé dos pasos hacia atrás, sobre el retazo de pasto, para abarcar la alfombra azul sobre la que se erguían, hermosos, los árboles. Y cuando iba a sacar la foto empecé a dudar. ¿Y si el espacio no alcanzaba bien para sacar la Estación? Así que dejando atrás el trío de árboles me lancé, mientras pensaba qué foto quería llevarme de Constitución. Crucé la calle sin mirar demasiado arriesgando quedar estampada en un ómnibus. Más tarde, si había con qué, volvería para tomar aquella foto de azules y amarillos, pero la Estación me llamaba, poderosa voz ineludible que me arrastraba hacia su interior y a la vez me conectaba nuevamente con lo que es para mí el mejor pasado, una época de aprendizaje e ilusión, de mi albañileo como mujer, época de amor y también de derrotas heroicas, como son aquellas en las que se ha dado todo con convicción.
Desde la puerta nomás adiviné la maravilla iluminada de las vías y los trenes, y la gente entrando y saliendo. El andén, pensé. Me llevo la imagen del andén. Levanté los brazos y enfoqué.


Si quieres ver las fotos: El Árbol azul sobre amarillo y los Andenes de Constitución.

4 comentarios:

Andrés Capelán dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Andrés Capelán dijo...

¿Y la foto?

S. C. P. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
S. C. P. dijo...

Ufa, Capelán, no repita los comentarios, hagalfavor...
Recién agregué —a pedido suyo— los enlaces a las fotos de las que trata la pequeña crónica.

 
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