Otro inicio

A veces el acto de tomar decisiones importantes se elude por mucho tiempo, permitiendo que sucedan cosas que podrían haberse evitado. La inacción suele traer consecuencias terribles. A veces –como en este caso– esa inacción sólo puede explicarse apelando a la medicina. Mi amiga la Pocha diría que ese “dejarse estar” demostraba que la mujer estaba rayada como bandeja’efainá. Y seguramente no andaría desencaminada al decirlo.

Lo cierto es que la mujer había dejado pasar cuatro años y algunos meses para tomar la decisión de abandonar al hombre que le había hecho 3 hijos; llevaba uno de ellos en el vientre cuando cerró la puerta cargando con la ropita en el coche de bebé casi sin uso.
Ese año inició piedra por piedra su reconstrucción. Primero parir, después respirar al aire libre, después estudiar para poder trabajar. Acompañó tales cosas con un vigoroso ejercicio todos los días que pudo bien temprano, con el diario en la mano. Entrevistas y concursos se sucedían, infructuosamente, hoy una fábrica textil (de las pocas que quedaban) mañana un examen de dactilografía para secretaria, mientras la casa de sus padres se encogía con los niños creciendo, mientras la amargura crecía en su interior.
Ese día de invierno, a un año del nacimiento de su último hijo, volvía a la casa de sus padres con la espalda joven encorvada por la ausencia de noticias buenas para dar cuando abriera la puerta y la miraran con esperanza y un brillo cierto de pena en los ojos. Todo el día sentada frente a una máquina de coser, haciendo pasar bajo la aguja insolente mangas y mangas y mangas de camperas que nunca iría a comprar. Acabar una bolsa y empezar otra, una vez, y otra vez y así hasta el fin de la jornada. Hablar con la encargada para requerir una respuesta fue casi una hazaña. Deje su número de teléfono que le avisaremos, dijo. No hubo explicaciones ni excusas ni pago del jornal prolijamente trabajado.
Todo eso cargaba la mujer en su espalda al cerrar la puerta de su casa, cabeza baja como quien busca algo para poder perderse de algo. Entonces, antes de que repitiera como casi todos los días del último año la respuesta negativa de siempre, el sonido familiar del timbre retrasó por un segundo más la lástima ajena, la bronca propia. Por eso, agradeciendo ese retraso, abrió lentamente la puerta, casi parsimoniosa o ceremonial, no lo sé bien.
El cartero parado del otro lado extendía la mano con un sobre. Una comunicación oficial, firme acá señora. No cerró la puerta. No saltó ni gritó ni sonrió aunque fuera el mejor minuto en los últimos 6 años. Simplemente cerró los ojos después de leer y lloró en silencio un segundo. No más, porque había que preparar lo necesario para presentarse en AFE* al otro día bien temprano y asumir el cargo concursado casi un año antes.
Han pasado 28 años desde ese segundo reparador y medicinal. De cómo se hizo otra mujer, de cómo aprendió a tomar mate y a jugar al truco, de cómo con otros robó un tren, quizás habría que escribir, pero en otro momento.


* Administración de Ferrocarriles del Estado

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