A la hora de dormir

Por la puerta entornada se filtraba la luz de la veladora. Me acerqué en silencio para disfrutar del monólogo a media lengua que mantiene mientras juega solito, pero estaba callado. Cualquiera hubiera supuesto que el pequeño dormitorio estaba vacío. Sin embargo yo sabía que allí debía estar, como siempre, esperando a que le leyera un cuento. No pude hacerlo.
Me lo impidió la impresión que me causó la tijera en sus manos ensangrentadas, y la mirada fija en los ojos del gato que reía por el pescuezo.

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