Despojos

Mientras la vieja da vueltas alrededor de los cuerpos enredados, revoltijos de ropas y miembros, su brazo en alto hurga el espacio con una tea que hiede y humea enturbiando más el aire húmedo, espesando más el aire fétido. Dónde está el cadáver, adónde se esconde la maldita y su rostro muerto.
El silencio es una presencia leve, intermitente. Los andrajos que cubren los pies de la vieja no producen sonido alguno. Sólo el viento al pasar por las aberturas de Rashomon se hace oír, y el lejano murmullo de la lluvia llega en sordina. Dónde estará ahora que no puede reírse más, ni mirar con desprecio, adónde fue con su melena arrogante. Entre una claridad y una sombra se asoma sobre varios un cuerpo esbelto, su espalda se ilumina por un segundo y la vieja se ríe sin ruido, sin dientes en el agujero oscuro de la boca agria. Esta rajadura servirá para plantar la luz temblona, remisa; servirá para liberar las manos. Y sin saberse observada, observa en cuclillas con el pálido brillo de sus ojos, los ojos apagados de la muerta. Suave fue la piel, de crema fue y ahora cáscara. Sostuvo como si fuera una fruta de piedra desde la nuca la cabeza de la muerta, pesada como un recuerdo tenaz, y la apoyó con cuidado sobre el regazo. El cabello interminable, suelto y desvalido cayó hacia un costado, como un charco sobre las lozas del piso. Apoyó el cuerpo, toda ella en el suelo como un insecto mítico, ahora sí con el botín sobre la falda, y con una mano ajada y seca convertida en pinza, con un ritmo lento pero incesante comenzó a despojar del último adorno a la mujer, hecha un despojo ella misma. Uno por uno, fue hilvanando cada recuerdo amargo, atándolo con el hilo negriazul arrancado al cuerpo que pródigo, no se niega.
Atención, nuevo sonidos atraviesan el aire, uno que parece como de calzado, como de metal. Sobresaltada la vieja se detiene con la hebra que última se despegó de la piel muerta del cráneo que yace en su regazo, la mano suspendida como ajena a ella, colgando de lo oscuro. Este hálito helado no es el de la lluvia, tiene un temblor de destino. Con cuidado, como si pudiera disimular el movimiento al hacerlo más despacio, más gradual, levantó la cabeza cubierta hacia la sombra que está más allá de la llama que fluctúa, ya casi a ras del piso. Qué labios se aprietan ocultando la mordida del lobo que asoma en los ojos, qué vida escapará de la tenaza de esos brazos, del filo de esa Katana. El hombre de ojos de lobo hambriento miró el insecto plegado sobre el piso en el acto de depredar el cadáver meticulosamente, y torció la boca. Para que discutir ni alegar, si la condena es evidente. Pero cómo sostener el silencio, cómo no cumplir con el rito del condenado y negar el delito. Sobrevivir es una buena excusa para presentar a quien parece que busca una respuesta. Para sobrevivir se hacen cosas terribles, se toleran cosas terribles, pero la venganza no es amiga de nadie, así que mejor ocultar el minucioso relevamiento hecho cuerpo a cuerpo hasta encontrarla. Mejor dejar en las sombras el agravio recibido. Mejor callar la indignación arraigada tanto tiempo al abrigo del silencio de cada mañana e insistir en la necesidad última, la de sobrevivir.

Leer Rashomon de R. Akutagawa

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