A oscuras

Esta es la noche, no hay otra más que ésta. Si algo queda, si algo resiste luego de la lluvia, quizás haya futuro.
Pero esperar sin fe es como amanecer dormido sobre la escarcha. No se amanece así, se muere así.
Esperar a que amanezca como si lo único que quedara en el horizonte fuera esa luz atravesando las persianas. Como si lo único que puede ser aún es esa luz que la ventana impide. Eso es lo que hago desde siempre. Esperar.
Y no importa demasiado si la ventana recuerda un mapa, si los hilos de agua corriendo entretejen un destino prescindiendo de la parca, cursos de agua por donde se viaja sin objeto, sin prevención alguna, nada más que por viajar igual que si subiéramos a un pájaro, minúsculos como la gota sucia de viento que resbala vidrio abajo. Simplemente correr por el cristal que se extiende cada vez más y más abajo, interminable, sin terminar. Igual de monótono que el sonido de la lluvia, cayendo para siempre sobre los techos de la ciudad. El viejo y gastado sonido de agua sobre agua sobre agua. La misma siempre. Una y otra vez.
Esta es la noche. No habrá otra. Mañana quizás alguien recuerde que hubo una noche anterior —esta noche—, en la que alguien soñaba con un momento distinto, una luz más alta en el cielo que este foco apagado que se asoma entre gota y nube, entre luz rayando el violáceo fondo de la noche.
Soñar con un momento distinto es pensar en lo no-pensable. Los momentos se repiten una vez y otra, igual que el recorrido de las agujas sobre un disco vertical. Parece que las horas pasaran pero estamos atados a esta noche, despiertos y con sabor amargo en la boca. Esta noche es la última noche. Mañana no será un dato de la realidad. Quién dijo que existe “mañana”. Es nada más que una leyenda urbana. La de alguien que creyó despertar en otro día, a otra hora, sin pensar en que eso es imposible cuando se vive todo el tiempo alerta (o dormidos, quién lo sabe).
Qué pruebas puede haber de que hemos dormido antes, o que volveremos a dormir; qué pruebas, acaso, de que estemos despiertos…
Sólo hay una certeza. Esta es la noche. No hubo más que ésta. Y yo que creí que era posible una mañana o que fue posible un crepúsculo. Nada es cierto. Nada. Sólo me engaño, y lo que creímos saber se ha hundido en el tiempo muerto de las bibliotecas, llenas alguna vez de gente que creyó poder averiguar lo que sucedió pero dejaron de pensar en ello la última vez que pasaron la misma página y por casualidad cayeron en la cuenta de que volvían a leer lo mismo, una vez y otra vez, como el personaje de un cuento de terror.
Esta es la noche. Me levantaré de la cama totalmente lúcida, caminaré por la casa a oscuras, recordaré cada cosa en su lugar y por eso las cosas estarán allí, muebles, plantas, todo allí tal y como lo vengo soñando cada día; me levantaré, digo, y con un suave roce de los dedos identificaré el metal esperando por mí, el gatillo pronto, el seguro inexistente, cada bala en su lugar, una en la recámara.

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